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Osiris

Una tarde en el parque

Son las siete de la tarde. Estoy en un parque cercano a mi casa. Sentado en un banco, sólo y escuchando un antiguo disco de Los Planetas. Los susurros que escucho me aletargan aunque me los sepa de memoria.

Detrás tengo un jardín de césped que se extiende de tal forma que casi me inunda. Luce con ese verde especial, apagado y reluciente que únicamente puede tener a esta hora.

Perpendicularmente a mi mirada transcurre un amplio camino curvo que tiene otros bancos como el mío.


Miro a mi izquierda y, sentados, hay una pareja de jóvenes que se miran mientras se acarician las manos.

A él le recuerda a una antigua novia que tuvo un verano. En realidad tan sólo fue un mes de julio, cuando fue con sus amigos a Ibiza. Ellos tenían una novia cada noche, entre alcohol y drogas blandas. Él se quedaba sentado en una cala pensando en ella.

Se vieron sólo ocho días y únicamente él creía que eran novios. Ella andaba demasiado ocupada con otro chico: un camarero de un chiringuito de playa. Era el primer verano de este. Había venido directamente de Girona, harto de ver a su padre maltratar a su madre, y tras una gran bronca familiar había decidido marcharse. Su madre lo echaba de menos. Años más tarde moriría sin habérselo dicho jamás.

Ahora el camarero lidiaba con un trabajo poco agradecido y una cuarentona malagueña, que vivía en la isla desde hacía doce años, tras divorciarse.

La chica del banco le mira como se mira al que crees el amor de tu vida. Concretamente es su cuarto amor de su vida. Pero estaba vez sabe que es el verdadero, exactamente igual que las cuatro anteriores veces. Esta vez le saldrá aparentemente bien. Se casarán.

En el convite de bodas una camarera se quedará embarazada en los lavabos, se servirá tinto reserva de la Rioja y el tío materno de ella se reenganchará al tabaco.

Tendrán una hija rubia a los tres años que estudiará Derecho. Él recordará en cada encuentro sexual con ella la mágica cala de Ibiza. Se comprarán un monovolumen diesel.


Por el camino llega andando lentamente una señora. Tendrá unos setenta años. El médico Suárez le ha recomendado pasear, ignorando que sus rodillas tardarán veinte paseos más en ceder al peso de los años. A ella le gusta hacerlo a esta hora para evitar el calor.

Camina ajena a sus últimos pasos horizontales, como si la vida de alrededor no fuese con ella. Hacía tiempo que no vivía en el mismo lugar que los demás, pese a compartir espacio.

Ahora está recordando a Francisco, su amor de juventud. Rememora con chiribitas en los ojos los besos que se daban en la era, a escondidas de su padre, un regio terrateniente venido a menos. Realmente ella nunca se besó con Francisco, pero años de creerlo han fijado realidades en sus recuerdos.

Francisco se marchó al servicio militar y nunca volvió. No se fijó en ella jamás, excepto para comentar jocosamente con sus amigos sobre la chica cejijunta a la que le faltaba un dedo en su mano izquierda. Fue votante de UCD. Murió hace tres años, sordo y sin hijos: le faltaba un testículo y el otro era totalmente estéril. Ella nunca lo sabrá, pero da igual, en su mente el joven Francisco tiene los dos testículos perfectamente útiles.


Giro a mi derecha. De pie delante de un banco está un chico joven. Calza unos tejanos recién planchados y se ha peinado con un poco de gomina, para intentar dominar inútilmente un remolino en la coronilla. Todo ello le da un aspecto peculiar.

Está esperando a coNejitA_PlayBoy_69. Han quedado en el parque. Él se ha puesto lentillas.

Ella no irá, tiene vergüenza y desinterés a partes casi iguales.

Él ha discutido con su madre antes de marcharse. Ella le ha gritado. Él le ha gritado. Ahora ella llora de impotencia en casa mientras baja ropa sucia del piso de arriba. Pisa la manga de un jersey que cuelga de sus brazos y cae por las escaleras. Estará inmovilizada hasta que él vuelva a casa. Se ha roto la cadera. Él empujará su silla de ruedas durante años inundado por una culpabilidad que se esforzará en ocultar.

Descubrirá su afición al sado al ver a una chica vestida con cuero brillante en internet y notar unas cosquillas en la base de la espalda.


Mi ipot enmudece. Se ha hecho tarde y tengo frío. Decido volver a casa justo cuando los aspersores que riegan el césped se ponen en marcha. Yo no lo sé, pero será la última vez que escuche a Los Planetas.

8 comentarios

ms. Tibbetts -

creo que no podria haber elegido mejor dia para tropezarme con ete blog al que voy a añadir a mis favoritos en este mismo momento no me vaya a perder algo como esto. si hasta me he emocionado!

aburrimiento al poder -

coMBite?? hay que joderse lo que hay que leer por estar aburrido

pijomad -

me gusta MUCHO como escribes... sigue asi

goldhands -

Y que has visto de mi sueldo???

tienes que decirmelo!

kami -

Maestro.

tocadayhundida -

No dejes de escuchar a Los Planetas

L_Y_R -

ole ole ole!!!!! futuros y pasados nefastos escritos con mucho arte!!! muac!

Tuxina -

Es una historia preciosa en su tristeza. Deberías de hacerlo más :)

Bicos.