colas & insociabilidad
Hoy ha sido un día de colas.
Es de esos días que te lanzas a la calle a sabiendas que te espera un día de esos desesperantes. Pero tú sales con la cabeza bien alta, recién duchado, engominado, perfumado y saludando a las señoras por la calle con un movimiento de cabeza caballeroso.
Llego a la primera cola. Secretaría. Compruebo que ya han optado por poner número en plan Seguridad Social o carnicería de barrio. Un método que garantiza orden en las colas y cabreo instantáneo al asimilar la diferencia de números entre el que figura en tu ticket y el que figura en el panel.
Pero eso no desanima. Tú eres fuerte, y recuerdas que estás perfumado!
Así que me apalanco en una pared cualquiera y me animo pensando en que mucha gente habrá cogido número y se habrá ido... Me voy dando falsas esperanzas.
Tras el chorreo de gente, que no se sabe muy bien de dónde sale, por fin, llega mi número, y entro dispuesto a revolucionar el gallinero, pensando "aquí estoy yo, coño ya!" ticket en mano.
En ese momento se crea un espacio interdimensional, intertemporal e interacojonal. No sé muy bien qué ha pasado, pero estoy fuera, sin ticket, y con una empanada mental que al parecer tiene la culpa de que no haya acudido al sitio adecuado y/o en el momento adecuado.
Así que llego a la conclusión de que he perdido el tiempo.
Bueno, pasa nada, entrenamiento.
Llego a la segunda cola. El banco.
Y siempre tengo la puta habilidad de ponerme en la cola que avanza más despacio. Y el que entró detrás mío y se puso en la otra cola lo sabe! y me mira con choteo, como diciendo "pringao... no has visto a la vieja?". Por supuesto no la he visto. Y ahora está pasando 30 euros de una cartilla a otra, jugando al pinball con su pensión.
Ahí es donde me doy cuenta de que el perfume se ha ido, y el pelo engominado empieza a chorrear.
Llego a ventanilla, le digo al hombre de detrás de la mampara que quiero pagar un par de cosillas. El tío no me oye, y le chillo un poco más, y me responde "vale, vale!", como diciendo "que ya te oigo hombre!". Me planteo cuánto me podrán quitar por buena conducta en una condena de asesinato sin premeditación.
El hombre parece que empieza a hacer su trabajo, mientras se fuma un Ducados mirando de reojillo a la directora.
Pero lo hace mal, la caga, ha pagado las dos cosas como una sola. Se lo recrimino con cara de que se me están inflando los cojones ya, y el tío responde un "ah! haberlo dicho claro!". Vuelvo a plantearme si 5 minutos pensando si cortarle los huevecillos en rodajas o en juliana es premeditación.
El de detrás de la mampara finaliza la transaccion. Veo la luz, y antes de irme tengo la lucidez de suplicarle el código para poder hacer las gestiones a través de internet. El tío me mira con cara extrañada al pronunciar la palabra "banco" e "internet" en la misma frase; para sacarlo de su asombro le comento que necesito un código que me tienen que proporcionar ellos, porque ahora accedo con la tarjeta, pero sólo puedo consultar. El tío me quiere cambiar el PIN de mi tarjeta de débito. Así que con una despedida verbal le envío a tomar por culo a él y a su puta madre, que seguro que no le dió una educación normal.
Llego al coche y repaso mentalmente el resto de colas por hacer. Así que arranco y me voy a mi casa a cascármela.
Me he vuelto insociable. Supongo que deben de ser esas colas, pero odio estar al lado de la gente mientras se desespera y maldice entre dientes. Eso ha degenerado, y ahora no dejo propina en los bares, ni espero a los vecinos para subir en el ascensor... y demás actos incívicos.
Ahora prefiero hacer las cosas por Internet (excepto la comida, que mi idolatrada madre sabe más de tal menester que un linux cualquiera). Así no tengo que aguantar a la gente.
Es de esos días que te lanzas a la calle a sabiendas que te espera un día de esos desesperantes. Pero tú sales con la cabeza bien alta, recién duchado, engominado, perfumado y saludando a las señoras por la calle con un movimiento de cabeza caballeroso.
Llego a la primera cola. Secretaría. Compruebo que ya han optado por poner número en plan Seguridad Social o carnicería de barrio. Un método que garantiza orden en las colas y cabreo instantáneo al asimilar la diferencia de números entre el que figura en tu ticket y el que figura en el panel.
Pero eso no desanima. Tú eres fuerte, y recuerdas que estás perfumado!
Así que me apalanco en una pared cualquiera y me animo pensando en que mucha gente habrá cogido número y se habrá ido... Me voy dando falsas esperanzas.
Tras el chorreo de gente, que no se sabe muy bien de dónde sale, por fin, llega mi número, y entro dispuesto a revolucionar el gallinero, pensando "aquí estoy yo, coño ya!" ticket en mano.
En ese momento se crea un espacio interdimensional, intertemporal e interacojonal. No sé muy bien qué ha pasado, pero estoy fuera, sin ticket, y con una empanada mental que al parecer tiene la culpa de que no haya acudido al sitio adecuado y/o en el momento adecuado.
Así que llego a la conclusión de que he perdido el tiempo.
Bueno, pasa nada, entrenamiento.
Llego a la segunda cola. El banco.
Y siempre tengo la puta habilidad de ponerme en la cola que avanza más despacio. Y el que entró detrás mío y se puso en la otra cola lo sabe! y me mira con choteo, como diciendo "pringao... no has visto a la vieja?". Por supuesto no la he visto. Y ahora está pasando 30 euros de una cartilla a otra, jugando al pinball con su pensión.
Ahí es donde me doy cuenta de que el perfume se ha ido, y el pelo engominado empieza a chorrear.
Llego a ventanilla, le digo al hombre de detrás de la mampara que quiero pagar un par de cosillas. El tío no me oye, y le chillo un poco más, y me responde "vale, vale!", como diciendo "que ya te oigo hombre!". Me planteo cuánto me podrán quitar por buena conducta en una condena de asesinato sin premeditación.
El hombre parece que empieza a hacer su trabajo, mientras se fuma un Ducados mirando de reojillo a la directora.
Pero lo hace mal, la caga, ha pagado las dos cosas como una sola. Se lo recrimino con cara de que se me están inflando los cojones ya, y el tío responde un "ah! haberlo dicho claro!". Vuelvo a plantearme si 5 minutos pensando si cortarle los huevecillos en rodajas o en juliana es premeditación.
El de detrás de la mampara finaliza la transaccion. Veo la luz, y antes de irme tengo la lucidez de suplicarle el código para poder hacer las gestiones a través de internet. El tío me mira con cara extrañada al pronunciar la palabra "banco" e "internet" en la misma frase; para sacarlo de su asombro le comento que necesito un código que me tienen que proporcionar ellos, porque ahora accedo con la tarjeta, pero sólo puedo consultar. El tío me quiere cambiar el PIN de mi tarjeta de débito. Así que con una despedida verbal le envío a tomar por culo a él y a su puta madre, que seguro que no le dió una educación normal.
Llego al coche y repaso mentalmente el resto de colas por hacer. Así que arranco y me voy a mi casa a cascármela.
Me he vuelto insociable. Supongo que deben de ser esas colas, pero odio estar al lado de la gente mientras se desespera y maldice entre dientes. Eso ha degenerado, y ahora no dejo propina en los bares, ni espero a los vecinos para subir en el ascensor... y demás actos incívicos.
Ahora prefiero hacer las cosas por Internet (excepto la comida, que mi idolatrada madre sabe más de tal menester que un linux cualquiera). Así no tengo que aguantar a la gente.
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