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Osiris

Ella

Hacía tiempo que se sentía sola. Casi el mismo tiempo que intentaba no pensar en ello.

Sus encuentros con la gente se limitaban al trabajo. Solían ser contactos frugales y mecánicos, aunque intensos, eso no lo podía negar; se consideraba una profesional a pesar de todo.
Normalmente ellos la esperaban con sorpresa pero anhelantes. No dejaba de pensar que era una forma fría de relacionarse con sus clientes.
Hubo un tiempo que intentó innovar en su oficio, pero nadie le ofrecía una palabra de ánimo, ni le reconocía lo difícil de su oficio, que ella trataba siempre de hacer del mejor modo.
Así que regresó al modo tradicional.

Antes no le importaba nada, pero lo años le hacían preguntarse si no se estaba perdiendo algo, limitándose a su tarea y nada más.

De repente se sentía vieja y todavía más sola. Muy sola.

Sacudió la cabeza tratando de olvidar sus cábalas.
Volvió a pasar una vez más la piedra por la hoja para reforzar el resplandor azul que emitía. Y se asomó fuera. La noche había caído, a pesar de que en su establo no existía el día. Miró el reloj que ocultaba en los pliegues de sus vestiduras resignada. Era la hora.
Se arremangó la túnica y se subió a su caballo, que la recibió animado. Miró adelante, hacia la Nada, y suspiró.
Era un trabajo difícil, pero alguien debía hacerlo.

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